"Nuestros conciudadanos no eran más culpables que otros, se olvidaban de ser modestos, eso es todo, y pensaban que todavía todo era posible para ellos, lo cual daba por supuesto que las plagas eran imposibles. Continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones."
Así fue como Albert Camus describía la actitud ciudadana en su novela La peste (1947) y, en efecto, este párrafo podría encontrarse perfectamente en la portada de un periódico de 2020. Tendemos a pensar que las desgracias del mundo no nos pueden ocurrir a nosotros, pero lo cierto es que la humanidad - si así se puede llamar - había sobrepasado, antes de la crisis del COVID-19, su umbral de sostenibilidad y ahora nos encontramos con la oportunidad perfecta para hacer reset.
Si bien para Camus la peste era una metáfora de la guerra, sigue siendo una visión bastante acertada en tanto que esta crisis ha tenido mucho de (mala) política y, como señala Ramonet en su artículo La pandemia y el sistema mundo, "el devenir del nuevo orden mundial podría estar jugándose en estos momentos", tal y como sucedió tras las guerras del siglo pasado. Lo cierto es que nos enfrentamos a una crisis social más que a una económica, porque nuestra sociedad está tan habituada a las comodidades del siglo XXI que carece "de grandes liderazgos" que realmente den la cara por un colectivo. Aún no nos hemos percatado de ello, pero la naturaleza - tan cruel como sabia - nos ha hecho entrar en una fase de nihilismo en la que no tenemos control sobre nada, no conocemos los límites de la irracionalidad de la vida ni disponemos de referentes que nos guíen en la oscuridad.
Aunque todo parece catastrófico, siempre resulta un consuelo necesario imaginar cómo podríamos utilizar esta crisis para mejorar como sociedad porque, sin duda, volver a la "normalidad" a la que estábamos acostumbrados dará como resultado la repetición de los acontecimientos. Del mismo modo que tras la II Guerra Mundial, en 2020 hará falta también algún tipo de Organización - equiparable a la ONU de 1945 - que se encargue de evitar que comandantes del mundo como Trump o Bolsonaro utilicen su gran influencia para confrontar y desobedecer a la mismísima ciencia. "Quizás, cuando se derrote al coronavirus, algunos responsables tendrán que rendir cuentas ante una justicia semejante al Tribunal de Nuremberg", señala Ramonet en su artículo.
Otro campo en el que hay que actuar con inmediatez es en el medio ambiente. El planeta Tierra necesitaba darse unas vacaciones del capitalismo, un retiro del dióxido de carbono, y lo triste es que han hecho falta más de 400.000 fallecidos y una crisis mundial para ser plenamente conscientes de que, tras elsmog, el cielo sigue siendo azul. Cuando el mundo entero salga de casa, cuidar del planeta tendrá que ser una asignatura obligatoria si lo que queremos es aprovechar este ultimátum, bien disfrazado de oportunidad.
Por otro lado, no podemos aislar ningún dato; todos los acontecimientos históricos de este 2020 están estrechamente relacionados con el virus que ahora convive con nosotros: por ejemplo, la ola de manifestaciones que se ha extendido desde EEUU hasta otros puntos del planeta no sólo tiene que ver con la muerte de una persona negra, sino que ha surgido porque, en un país supuestamente libre y moderno, la comunidad afroamericana tiene, según la BBC, "el doble de probabilidades de vivir en la pobreza, el doble de probabilidades de morir en enfrentamientos con la policía, el doble de probabilidades de mortalidad infantil" y, como resulta evidente, el doble de vulnerabilidad frente a la amenaza del COVID-19.
En su artículo, Ramonet - como prediciendo el futuro - destaca que "no es improbable que asistamos, aquí o allá, a una suerte de estampida revoltosa de ciudadanos indignados - muy indignados - contra diversos centros de poder acusados de mala gestión de la pandemia". Por ello, ese I can't breathe debe ser el canto de protesta contra la desigualdad social que está saliendo a la luz más que nunca y que pretende esconderse tras los cimientos de las democracias más desarrolladas.
Tengo esperanza de que el mundo va a cambiar, aunque la historia nos recuerde que siempre se han repetido los mismos errores. Como explicaba Bill Gates en la charla TED de 2015 que se ha viralizado ahora, cinco años más tarde, "tenemos las herramientas suficientes (para combatir una epidemia), pero hay que ponerlas al servicio de un sistema mundial general de salud", y este comentario puede convertirse en una nueva conclusión: los sistemas de salud privada han sido sometidos a prueba y han fracasado. Este es un buen momento para plantearnos qué tipo de globalización queremos: ¿la que permite deslocalizar la producción de empresas, fomentando con ello la explotación de personas? ¿O la que permite que cualquier ser humano, en cualquier lugar del mundo, por encima de cualquier condición, tenga los suficientes recursos para sobrevivir a una enfermedad?
Decía Camus que "la estupidez insiste siempre", y resulta cierto, porque esta pandemia estaba escrita, pero parece que los seres humanos somos analfabetos cuando nos conviene.
Como era de esperar, este último ensayo sigue la misma línea de positividad que los anteriores. Sin embargo, aunque mis palabras son tal vez idealistas, me gusta pensar que un periodista no puede hacer bien su trabajo si no cree que lo que escribe puede realmente cambiar a mejor el rumbo de una sociedad. En tiempos de crisis, debemos aferrarnos a la más mínima esperanza, recordando siempre que no es tiempo de improvisar, sino de planear un mundo más justo.