Cuando cursaba sexto de primaria, empezó a difundirse un mensaje en clase, de oreja a oreja y escrito en recortes de la agenda: ¿eres virgen?, ponía. Seguramente sin los dos signos de interrogación normativos y con alguna otra falta de ortografía típica de un niño de 11 años. 
El ingenioso que había lanzado la pregunta clavaba la mirada en cada una de las niñas que recibimos la traviesa misiva para ver nuestra reacción. Algunas ya habíamos oído hablar de esa palabra, pero la contemplábamos desde la repisa más inocente, y nos avergonzábamos de tener que responder a esa intromisión en nuestra intimidad. Las más curiosas - y las que no esperaron a que una hermana, una madre o una tía se lo explicasen - sabían el significado, por sus propios medios, y marcaron SÍ sobre el papel, solo por continuar con el pasatiempo. 
En cualquier caso, la realidad es que muchas nos sentimos invadidas e incómodas, a pesar de no saber bien qué significaba esa palabra que, a partir de ese momento, atravesaría los próximos años de nuestras vidas.
Sin mucha dificultad, cualquiera de las niñas de esa clase habríamos encontrado la definición de virgen en la web de la RAE. La pena es que, debido a nuestra inexistente madurez, no habríamos podido apreciar los matices de cada una de las acepciones. “Persona que no ha mantenido relaciones sexuales”, es la primera de ellas. La segunda, “Persona que, conservando su castidad, la ha consagrado a una divinidad”. Y si seguimos bajando aparecen los dichosos matices.
Hablemos de "perderla"
La religión sigue impregnando conceptos de la vida cotidiana y, evidentemente, la sexualidad no es una excepción. Desde siempre se nos ha dicho que debemos esperar para “perder nuestra virginidad con alguien especial”. Pero, ¿quién determina lo especial que nos parece una persona cuando somos así de jóvenes?, ¿y acaso tener sexo con alguien especial hace que la experiencia sea especial y memorable?​​​​​​​
"Hay personas que, tras su primera vez, acaban estableciendo que el sexo no es para tanto. Pero tal vez el problema sea que las expectativas eran demasiado altas para algo tan corriente como el sexo."
En relación con esa segunda acepción, elevar a nuestra primera pareja sexual al nivel de “divinidad” o incluso de “especial” puede ser motivo de posterior decepción. Hay personas que, tras su primera vez, acaban estableciendo que el sexo no es para tanto. Pero tal vez el problema sea que las expectativas eran demasiado altas para algo tan corriente como el sexo.
De todos modos, y alejándonos de experiencias subjetivas, el lenguaje está lleno de rasgos que designan lo arraigado que está el concepto de virginidad en la sociedad, que no es más que un constructo social y que nada tiene que ver con la ciencia. Por ejemplo, cuando se habla de “perder nuestra virginidad”, ¿qué es lo que se pierde exactamente?
En esta expresión protagonizada por un verbo con connotaciones negativas (a nadie le gusta perder, ¿no?) se perpetúa la idea de que, tras el sexo, seremos personas distintas e incluso peores. Porque tendremos algo menos. ​​​​​​​
El mito del himen
En la cultura gitana, las mujeres se someten a un ritual en el día de bodas: la prueba del pañuelo. La 'ajuntadora' introduce con su dedo un pañuelo en la vagina de la novia. Si este sale teñido con manchas significa que ha mantenido su virginidad hasta el día de contraer matrimonio y, por lo tanto, es digna del orgullo de su marido, su padre y su suegro.
Ceremonias parecidas tienen lugar en otros contextos culturales. Y como es evidente, el relato tradicional oculta lo que hacen algunas mujeres - más bien, adolescentes - a escondidas, para no defraudar a sus familiares. Debido a la presión social por ser virtuosas y honradas, muchas acuden a cirujanas para realizarse el 'zurcido', una operación que consiste en reconstruir el himen. Este ejemplo demuestra que la virginidad no tiene que ver con cómo nos auto percibimos, sino con cómo queremos que nos perciban los demás.
En este sentido, es necesario destruir los mitos que rodean a esta membrana delgada que cubre parte de la vagina y que históricamente ha sido - y sigue siendo - un elemento de control de la mujer. La fisiosexóloga Marta Torrón explica que “aún hay mujeres adultas que creen que cuando un pene entra en la vagina se rompe el himen y desaparece. Esto no es así. El himen sigue estando en la vagina tras la primera relación y no desaparece nunca”, simplemente se abre y se estira. Y la apertura puede haber sido provocada por cualquier otra causa distinta al sexo.
Tampoco el cuerpo de la mujer cambia tras el sexo, al contrario de lo que se suele creer. Si contemplamos la media de edad en la que se inician las relaciones sexuales en España, esta se sitúa en los 16,7 años​​​​​​​. Una edad en la que, de por sí, ya se experimentan cambios hormonales. Y bien sabemos que correlación no implica causalidad: es decir, que nos iniciemos en el sexo justo cuando acontecen esos cambios hormonales no implica que la causa de esos cambios sea el sexo.
Toda esta narrativa plantea cuestiones que la ciencia ya ha resuelto. Y en este sentido, de nuevo la virginidad no es más que un concepto difuso, ambiguo y estorboso, porque no solo somete a una presión social innecesaria, sino que también excluye a distintos tipos de sexualidad que van más allá de las relaciones heterosexuales con penetración. 

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